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Esta Nochevieja, deleita a tus invitados con una selección de especialidades que comían germanos, hunos, godos y demás pueblos bárbaros ¡finos platos para todos los gustos!.

Y aquí estamos. Pasando frío en la noche del 31 de diciembre del año 406. Somos los bárbaros y estamos a punto de invadir el Imperio romano pasando a pie firme el Rin helado. Sin duda, vamos a celebrar la Nochevieja más bárbara de todos los tiempos. ¿Que qué hay de cena? Nuestros menús son… ¿Cómo decirlo? Bueno, bárbaros. Pero antes de daros los detalles del menú bárbaro os diré que los de ahí enfrente, los soldados romanos, comen como bestias. Sí, mucha civilización, muchas virtudes cívicas y todo eso, pero comen como posesos. ¿Que no me creéis? Pues fijaos, con el tiempo, vuestros arqueólogos hallarán un papiro, uno de los muchos de Oxirrinco, en el que se detallan las raciones diarias de un soldado romano: 1,4 kg de pan, 1 kg de carne de cerdo, 1,1 litros de vino y 0,7 litros de aceite. No es un menú especialmente atractivo, pero contundente sí que es. Además, esos soldados romanos alternan las entregas de vino con las de vinagre, que mezclan con agua para potabilizarla, y el tocino y la carne salada de cerdo con la de cordero y de tanto en tanto, un poco de pulpo seco, algunas verduras y legumbres y, como manjar especial, frutas pasas.

Pero ¿Qué comían los bárbaros?

Aunque comen en cantidad ¿Qué queréis que os diga? Prefiero nuestro menú bárbaro. Sí, y los tenemos para todos los gustos. A los hunos, por ejemplo, les encanta sangrar a sus caballos y beberla. Hasta la mezclan con leche de yegua. ¿Que no os motiva mucho como menú de navidades y fin de año? Bueno, también les encanta coger un buen trozo de carne cruda y meterlo entre sus piernas y el lomo de sus caballos para que se macere bien a base de calor y sudor equino y humano (Amiano Marcelino 31.2.3). Vale, vale, os diré también su plato estrella, el que reservan para las grandes ocasiones: les vuelve locos el jamón de oso. Lo cocinan hirviéndolo en agua con hierbas aromáticas y hasta le añaden pimienta. ¡Pimienta! ¡Nos vuelve locos la pimienta! ¡Que se lo digan a los visigodos! Por ahí se va contando que su rex, Alarico, piensa pedir a los senadores y patricios de la Ciudad Eterna que le entreguen 30 000 libras de pimienta (Zósimo V, 39-41).

Bueno, que me extravío. Os contaré que este año, el premio al menú menos digestivo y repulsivo de fin de año lo gana el de los salvajes escitas isedones de las llanuras. Pues bien, los isedones, cuando se les muere un pariente, se reúnen en familia y se dedican a trocear y ahumar la carne del cadáver. Luego se reparten las porciones cortadas en largas tiras, las atan a un cordón de cuero y se las cuelgan del cuello. Después, con su macabro collar de carne humana ahumada, recorren a caballo el poblado buscando a sus amigos. Cuando se encuentran con alguno, se detienen, cortan un buen trozo de la carne ahumada que llevan al cuello y se lo ofrecen. Ambos se ponen entonces a comer tranquilamente un poco de cadáver ahumado y charlan sobre las hazañas del muerto. El ritual se debe de repetir una y otra vez, hasta que la delicatessen se agote (Paradoxógrafo Vaticano 61). Bueno, al menos se comen a sus muertos y no a los vivos como hacen los atacotes. Sí, en serio, yo soy un bárbaro, no lo niego, pero esos atacotes que huyeron de Hibernia (Irlanda) para establecerse en Caledonia (Escocia) y darle la guerra a los romanos, son antropófagos y disfrutan asando y comiéndose a los enemigos que abaten en combate. Por aquí, mientras esperamos a cruzar el helado Rin, se cuenta que los romanos disponen de varias unidades de atacotes en sus ejércitos (San Jerónimo. Epístolas. CXXXIII.9,14). ¡Mira que en vez de una cena de Nochevieja servirnos de cena!

Nosotros, los burgundios, vándalos asdingos y silingos, suevos, alamanes y demás germanos, preferimos los guisos de carne bien condimentados con abundante ajo y cebolla. Los romanos, tan sofisticados ellos, arrugan la nariz ante nuestras preferencias culinarias (Sidonio Apolinar, 8 Epitalamio VV 5 y Ss). Aunque ahora que lo pienso… Quizá arruguen la nariz ante el olor a manteca rancia que despiden nuestras barbas y cabellos. Sí, nos gusta untarnos bien la barba y el pelo con manteca rancia de cerdo y no os quejéis, que los sajones, al menos sus brujos, se untan el pelo con estiércol de vaca y cal para peinárselo hacia arriba. La moda es la moda.

Pero estábamos hablando de comer. Bien, en nuestro bárbaro ambiente incluso nuestra iniciación con la comida es singular. Los niños escotos, por ejemplo, cuando son destetados, reciben su primera comida clavada en la punta de la espada de sus padres. Espadas bien curiosas, por cierto, pues los escotos gustan de adornar sus empuñaduras con dientes de tiburón (Solino, Ed de Mommsen cap. 22, 4-5).

Me disperso, vuelvo al menú bárbaro. Pues bien, me han contado que los agriófagos, una salvaje tribu que fatiga los desiertos que se extienden entre la egipcia Tebas y el Mar Rojo, solo consienten en comer o carne de león o de leopardo (Solino p. 409). Sus vecinos, los cinnamolgos, se pirran por las serpientes hervidas en leche de perra. Sí, ordeñan a sus perras y afirman que no hay mejor manjar que un buen cuenco de leche de perro (Solino p. 410).

Bueno y en cuanto a bebida, por aquí hay afición a la cerveza y al hidromiel, pero el vino ¡ah, el vino! Con razón dicen los romanos: “¡Bebes como un godo!”.

Pues ya lo tenemos… ¡Feliz Nochevieja bárbara!

Menú bárbaro

  • Entrantes: Carne cruda macerada con sudor de hombre y caballo y rollitos de jamón de oso al gusto huno.
  • Primer plato a elegir entre: Guisote burgundio de carne con cebollas y ajos o asado agriófago de carne de león y leopardo.
  • Segundo plato: Serpiente hervida en leche de perra cinnamolga recién ordeñada.
  • Postre: Espuma de sangre de caballo cortada con leche de yegua.
  • Y para los más atrevidos…: carne ahumada de difunto a la isedona y pinchitos de carne de romano a la atacote.

Bon appétit!

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